domingo, 14 de diciembre de 2008

Aventuras en el mercado

Pues total que el día de ayer, mi madre necesitó del socorro y la fuerza bruta que generosamente proporciona la contracción de los músculos de mi dedo meñique para que le ayudara a cargar unas bolsas del supermercado. Así fue que acudimos.

Ahora bien, una de las actividades más vergonzosas que puede hacer un hombre como yo, es ir de compras con su mamá (y más aún si te compra calzoncillos de los Power Rangers). Sin embargo, se pueden hacer dos cosas al respecto para, aún bajo la dominación del bochorno situacional, seguir honrando el lazo maternal. Y estas son:

1.- Dándole a entender a la gente que sólo estás allí como una bestia de carga y que para nada estás cómodo con la situación. Mostrándote enojado, con ceño fruncido y gestos indicando que no deseas estar en aquél lugar.

2.- Separarte de ella e ir directamente a zonas neutrales del súper: bebidas alcohólicas, pasta de dientes, papel de baño, libros y carnes; pero nunca dejes que te vean babeando en una sección de salchichonería (¡por todos los Dioses… no seas tan descaradamente maricón!) Aunque lo mejor que puedes hacer es ir a las zonas de clientes masculinos: electrónicos, plomería, deportes, etc. Qué mejor que te vean levantando una taza de retrete para inspeccionarla o comparando dos tornillos exactamente iguales.

Yo por mi parte tengo ya mi recorrido sistemático: primero voy a la sección deportiva, luego a electrónicos y al final, me dirijo adonde se encuentra la ropa interior femenina ¿por qué? Les explicaré mis razones en la historia que les narrare a continuación mientras se sientan en mi regazo.

* * *

Adentro del supermecado, llené una bolsa negra con cientos de calzones femeninos, un paquete de confeti y crema batida “Chantillí”. Me llevé todo al baño dentro del cuál me desnudé lentamente. Fue ahí donde comencé un ritual tan increíblemente depravado, que hubiera hecho sonrojar hasta al más enfermo de los presos de Almoloya. Ungí mi cuerpo desnudo con la crema Chantillí; luego mezclé el confeti y los calzones femeninos adentro de la bolsa y comencé a lanzar los puñados de felicidad al aire para que me cayeran encima y se me quedaran adheridos. Un firmamento de lunas de papel y galaxias de colores aterrizaron sobre mi engrasado cuerpo de pervertido. Respiré los calzones hasta que se impregnaron en lo más profundo de mi cerebro. Extasiado, feliz, inmerso y respirando fuerte, me tiré al piso y comencé a revolcarme en un edén de calzones que se quedaban pegados a mi alma. ¡Cómo me regocijé en mi abyecta enfermedad! Desafortunadamente al poco tiempo terminó mi fantasía. Una detestable persona interrumpió mi nirvana con sus toquidos, los cuales, al acudir yo a su llamado me respondieron:

—Hola, guapo. Llevo un rato observándote desde que entrastes al supermercado —dijo aquél pendejo de uñas doradas y ojos celestes, que llevaba un suéter rosado y una bufanda blanca rodeando su cuello— tengo una pregunta que hacerte, si tú me lo permites.
—O-okey —le dije un tanto avergonzado, cubriéndome las partes nobles infladas por la sangre caliente de mi apasionamiento.
—¿En cuánto me vendes un kilogramo de amor, nene? ¡Dímelo, amor! ¿Qué me pides a cambio de que pueda sumergirme hasta el esófago ese tremendo pedazo de embutido que llevas colgando entre las piernas? Esa deliciosa fuente de calorías, de hormonas y de pasión. Esa enorme boa constrictora que con su vigorosa asfixia bendice a sus afortunadas víctimas. Anda, confiesa tu más íntimo precio, mi bebé hermoso.

¡No pinches mames! Así como ustedes al leer lo anterior, yo, mil veces más me quedé atónito. El homosexual se movió lentamente hacia mi cintura mostrando sin recato sus homosexuales intenciones. Poco a poco se acercó hasta que ya no se pudo contener y se abalanzó rápidamente con su boca hacia mi pene como si fuera a succionarlo. Reaccioné rápido. Apenas giré mi cuerpo evadiendo sus labios, quedando justamente atrás de él listo para defenderme.

—¡Malditos homosexuales PUUUTOOOOSS y maricones! —grite con todo mi estómago, destellaba yo infiernos de los ojos. Intentó ir hacia mi pene de nuevo, sin embargo, lo esquivé nuevamente, le di un putazo en la nuca y le quité su bufanda blanca con la cual comencé a estrangularle hasta dejarlo inconsciente en el piso. Después lo cargué hacia donde están los espejos del lavamanos, lo senté y allí mismo escribí con la crema Chantillí que me sobró: “Por las bufandas vives en la mariconería y por las bufandas morirás como puto”.

Rápidamente cubrí mi cuerpo desnudo de pervertido y salí a buscar a mi madre para largarnos de allí lo más pronto posible. Algo raro había ocurrido en donde ella se encontraba. La gente se amontonaba a su alrededor y de otra señora más. Habían chocado ambas sus carritos, un impacto mayor de cuantiosas pérdidas. Había miembros del peritaje, un gerente y varios niños que empacan las bolsas. Algunos decían que la culpa era de la señora por tener poca precaución al entrar a un pasillo de mayor velocidad; otros más culpaban a mi madre por tomar vuelo en su carrito y subirse en él a toda velocidad. Lo cierto de las cosas es que mi mamá se enojó por la manera tan envilecedora en que se dirigían a ella, y le replicó: “A mi me vale verga lo que usted diga, señora”.

La señora que escuchó tal abyección de su propio nivel no pudo contener su furia, y, como si fuera un tigre, se lanzó sobre mi madre para jalarla de los cabellos y patearla en el piso.

—¡Esperen, señoras, mías! —dijo el gerente horrorizado— ¡van a destruirlo todo!—.Trató de separarlas pero rápidamente lo detuve con el brazo y le dije: “Tranquilo, ella sabe defenderse”.

Cuando la señora iba a darle el golpe final a mi madre, la cual estaba abatida en el piso, ella reaccionó y le dio una mediavuelta de patada que la tumbó al piso (como en mortal kombat); luego se levantó y dijo: “Ni uno más, señora, ni uno más”. Y fue así que se desencadenó una batalla épica y fragorosa por todo el supermercado, destruyendo vitrinas, botellas y tirando anaqueles en efecto dominó. Pelearon por todos lados; a puño limpio, golpes secos de boxeador directos a la mandíbula y a la nariz, mas una que otra patada a las costillas. Una de tales arrojó brutalmente a mi mamá hacia un montón de tomates los cuales al explotar mancharon la camisa de un niño vestido de blanco que recién había hecho su primera comunión.

—¿Ah, sí, puta perra de mierda? —dijo mi mamá— ¡pues toma! —. Y za-za-za, y záaa… Cuello, nariz, estómago, costilla izquierda, costilla derecha, mejillas y estómago nuevamente, fue el orden de los puñetazos de hierro asestados por mi madre. Cuando su enemiga estaba apunto de caer noqueada, mi mamá la tomó del brazo, comenzó a girar y al momento que la fuerza centrífuga fue suficiente, la arrojó directo hacia una torre de vinos chilenos destruyéndola toda. Luego todos comenzaron a aplaudir y el gerente nos regaló un ps3 por nuestro contratiempo….

coff..coff…cofff La verdad es k na mas entre a comprar un puto PAU-PAU al soriana…………

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